Señora tranquila, de alma imperturbable
de cabellos grises, de sueños reales,
de vida marchita por los vendavales,
de gritos perdidos, de golpes mortales,
golpes en el alma, golpes en la carne.
Viviste una vida de lucha incesante,
de trabajo duro, de sudor, de aguante,
tus ojos no brillan, no vibra tu sangre,
pues ya estás cansada, por falta de amor
por falta de hambre.
En tu soledad albergas la duda, añoras la tarde.
Vagas por los cielos, cantas con los aires.
Te tocó vivir una vida impuesta por las necedades,
por un mundo ajeno a tus realidades.
Y te conformaste, te faltó gritar, te faltó coraje.
Ya no hay vuelta atrás, pues te acostumbraste,
a olvidar los sueños, a la soledad,
al mundo finito de la eternidad.
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