¡ LARGATE DE AQUÍ, RARITO!

El poder al que estamos sometidos y que ejercemos sobre las personas, cercanas o no,  se manifiesta de muy diversas formas. Ejercemos nuestro poder a través del lenguaje, a través de nuestros movimientos, a través de las emociones, y nuestra sociedad se ha configurado amparando estas, y otras formas de poder, tras velos de normalidad.
Esta “normalidad” rige las vidas tanto individuales como colectivas conformando un código simbólico, mediante el cual, ostentamos nuestros “poderes”, haciéndonos poseedores de la verdad, ya sea médica, moral, religiosa, sexual, o étnica,  otorgándonos la facultad de imponérsela al resto del mundo.
Detentamos e implantamos (o al menos tratamos de implantar) la verdad en cualquier ámbito, en el ejercicio de la maternidad/ paternidad, de la amistad, desde la posición de  hijos/as, como heterosexuales, es decir, a través del amplio abanico de roles, (imperantemente occidentales) con una sutileza tal, que, en la mayoría de las ocasiones, resulta prácticamente invisible.
El ejercicio del sometimiento hacia otros (aunque disfrazado) es una constante en el mundo. Interiorizamos con la cultura desde el momento en que nacemos, los conceptos de superioridad e inferioridad desde la clase, el color de la piel, las preferencias sexuales, el género, el sexo, la religión, los caracteres físicos e intelectuales,  encontrandose  profundamente arraigados en el imaginario social e individual.
Tratamos de imponer a los demás todo aquello que nos es propio, se trata de la hegemonía de la igualdad. La homogeneización de la humanidad. Debemos, pensar igual, hablar igual, sentir igual, follar igual, en un ataque directo a la diferencia. Esta se observa algunas veces como exótica y otras como rarita o repulsiva.
Desde los propios colectivos que, si bien con necesidades estructurales distintas, tienen un común denominador, la exclusión del mundo de los “normales”.
Creo que es un error pensar que “yo soy más discriminado que nadie”, porque excluyendo al “otro” distinto a mí, se contribuye a perpetuar la exclusión.
Deconstruir las connotaciones negativas,  asociadas a “lo diferente” “lo no normal” y construir otras en las que dicha diferencia sea enriquecedora, es una tarea ardua. Pero para que esta situación se pudiera dar, sería necesario, cuestionar y desprendernos de las cómodas y rígidas posiciones en la patria, la iglesia, el pueblo o la normalidad.

Tal vez mi propio sesgo de pensamiento y realidad, me haga juzgar las posiciones de otros con no válidas, incorrectas o incompletas. Al fin y al cabo vivimos en un sistema que retroalimentamos y del que participamos, construyendo el imaginario social que nos domina.

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