LAS ALFOMBRAS DE ROSA

Mi mujer, cuando discutimos suele recriminarme lo de las alfombras, banquetas, mesita del te…. ¡Que hartura de mujer! todo el día se pasa protestando -¡Pepe, los zapatos en su sitio! ¡Pepe que me rallas el suelo! ¡Pepe los platos! ¡Pepe ya está el cepillo de dientes fuera del vaso! ¡Pepe que roncas! ¡Pepe, Pepe, Pepe!, va a borrarme el nombre de tanto repetirlo. Digo yo, que no va a dejar de salir el sol porque me olvide de pasar el plumero el sábado por la mañana, porque el sábado por la mañana es el día oficial europeo de pasar el plumero, regar las plantas, limpieza intensiva de tacitas, recuerdos de Segovia, Toledo y La Rioja, el juego de te de la tía Marga y un sin número de diminutos cachivaches de los que daría yo buena cuenta si me dejaran.
Estas retahílas se pasean por mi cabeza envueltas en el recuerdo del canturreo de Rosa acercándose y alejándose.
Ayer por la mañana, me despertó como todos los días ¡Pepe, el café y la magdalena!
Me incorporé mientras me restregaba los ojos y el sueño, metiendo mis pies, aún entumecidos por la falta de movimiento en mis zapatillas raídas (motivo de las broncas matutinas de Rosa).
Extrañado por su poca insistencia fui arrastrando mis piernas por el pasillo rumbo a la cocina, reclamándola entre bostezos. 
La encontré tirada en el suelo, lánguida y de un azul cobalto que cegaba, es todo lo que recuerdo.

Ahora, me veo aquí sentado, en esta habitación tan limpia y murmulleante con los ojos clavados en Rosa, ya desprendida del color azul rodeada de flores y lo único que se me ocurre pensar es, en la malditas alfombras, el maldito juego de te de la tía Marga y en la maldita Rosa, que al fin me ha dejado tranquilo.

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