La pequeña y húmeda Nuria cae vertiginosamente hacia un inmenso vacío, se siente sola en su descenso, a pesar de la compañía ofrecida por las otras miles de gotas . Nuria desconoce su destino, ha escuchado algunas historias sobre lo que le espera ahí abajo, pero todas ellas le parecen insustanciales, carentes de forma, de sentido, pero a pesar de todo esto anhela saber, sentir, morder aquel lugar en el que le tocará vivir o morir.
Plasss!!!! Lorenzo ha sentido un golpe sobre su abultada frente, aturdido por la forzada soledad en la que se encuentra, apenas atina a vislumbrar aquel ente maleable y extraño trantando de equilibrarse sobre su regordeta nariz.
Lorenzo es el izquierdo de un par de zapatos; bautizado para ser más tarde abandonado por su huésped a la orilla de un río. De redondeadas formas, tez curtida y color rojo intenso, Lorenzo ha olvidado su origen, ni siquiera conoce el tiempo y el espacio en el que habita, él ha aprendido a permanecer.
-Soy Nuria una gota de lluvia ¿y tú? ¿Que eres?-.
-Soy el par izquierdo y abandonado de dos zapatos
-Lamento haber irrumpido de este modo entre tus pensamientos, pero las gotas de lluvia desconocemos el lugar al que llegamos-
-Lamento haber irrumpido de este modo entre tus pensamientos, pero las gotas de lluvia desconocemos el lugar al que llegamos-
-Descuida, lo cierto es que agradezco tu transparente compañía, no recuerdo desde cuando estoy aquí y me hallo perdido y sólo ¿te apetece ser mi par?
-¡Claro! ere un anfitrión amable y simpático, será un placer acompañarte.
El cielo era de un color plomizo, un perfume de amapola floreciendo, impregnaba cada rincón de aquél bosque. La brisa se hacía sentir como el roce de un pétalo sobre la piel.
Nuria y Lorenzo caminaron sin rumbo, bajo la bruma fresca de aquél bosque sombrío.
Compartieron esperanzas y deseos, frustraciones e inquietudes, despertaron de un letargo compartido, acariciándose con palabras perdidas.
Entonces el cielo plomizo comenzó a gritar, quebrando su techo con un silencioso hastío. Fue tornándose azul, un azul que arrastró al gris de los días de Lorenzo y Nuria.
El tenue sol que asomaba tímido, se impuso con firmeza en el horizonte, descubriéndose de su impenetrable manto; iracundo, ofrecía su fuego a la superficie bajo su reinado.
Nuria comenzó a sentirse un tanto extraña, su translúcido cuerpo vaporizado vibraba y se retorcía. Trató de aferrarse a su amigo, que temblaba de miedo al observarla desvanecerse. Lorenzo quería asirla, agarrarla para siempre, pero el ligero y vulnerable cuerpo de Nuria, se tornó tan leve como la humedad de un beso, que murió plasmado sobre aquel triste, redondeado, rojo y de tez curtida, par izquierdo de dos zapatos de nuevo abandonado a la orilla del río.

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